Artículo escrito por Alexia González. Técnico Superior en Audiología Protésica y Audioprotesista pediátrica del Centro Auditivo Aural en Ourense.
La idea del voluntariado es algo que, desde hace años, rondaba por mi cabeza pero que nunca encontraba el momento de llevarlo a cabo. Quizás por falta de tiempo o simplemente por el ritmo del día a día. Pero con la llegada del confinamiento pude reflexionar y supe que sobraban excusas. Empecé a buscar información y, por casualidad, apareció en mi vida la Asociación Índigo. Dicha ONG española, sin ánimo de lucro, cuenta con una escuela y casa de acogida en la Isla Mfangano. Me enamoré del proyecto, tanto es así, que decidí apadrinar a un niño llamado Frank. A pesar de la incertidumbre de si podríamos viajar a Kenia sin complicaciones, mi pareja y yo, comenzamos los trámites con la ilusión de conocerle pronto.
Hace nueve años que terminé de estudiar Óptica y Audiología. Y concretamente, desde hace siete años, trabajo como audioprotesista en uno de los centros auditivos de la Red Aural. Mi misión es mejorar la calidad de vida de las personas con problemas de audición. Entonces pensé, ¿Cómo puedo ayudar a los niños que viven en Mfangano de la misma forma que lo hago en Ourense? ¿Y si lo hago también desde un punto de vista óptico? Sentí que tenía que hacer algo más y lo tuve claro. Mi granito de arena sería realizar un cribado auditivo y visual a todos los niños. Pero para ello, necesitaba ayuda y pedí colaboración a Aural. Debo confesar que el respaldo y la implicación que obtuve por parte de la organización a la que pertenezco fue absoluta. Me acompañaron durante todo el proceso facilitándome el material de electromedicina necesario para el cribaje auditivo además de donar libretas y bolígrafos para la escuela. Gracias a amigos ópticos conseguí los equipos para hacer el cribado visual.
Con todo preparado, solo quedaba lanzarse a la aventura. Después de dos horas de coche hasta Oporto, dos vuelos hasta Nairobi, una noche en el aeropuerto, otro vuelo hasta Kisumu, hora y media en taxi y por último otra hora y media en “speedboat” llegamos a Mfangano. La odisea vivida en el trayecto se borró en el instante que vi sus caras de alegría. Unos 30 niños y niñas nos esperaban a orillas del lago Victoria gritando de emoción. Caminaron lago adentro, nos ayudaron a bajar y llevaron nuestras maletas a la casa de voluntarios. Y por fin, llegó el momento ansiado, conocer a mi ahijado. Frank es un niño bastante tímido, al que se le escapó una sonrisa preciosa al verme que no se me olvidará jamás. Eso es algo que me guardo en mi corazón para siempre.
Allí coincidimos con unos 20 voluntarios de varias zonas de España. Me llamó mucho la atención que yo era de las mayores del grupo. Me alegra, especialmente, saber que hay gente muy joven que intenta ayudar a otros y, en definitiva, que comparte unos valores de solidaridad para que el mundo sea un poco mejor.
Pasé muchas horas en la enfermería haciendo el cribado con algún que otro espectador siempre atento en las ventanas. Branton era mi ayudante personal, se encargaba de llamar a los demás niños para realizar las pruebas y cuando alguno se despistaba rápidamente les redirigía. Un gran colaborador.
Tras diecisiete días allí puedo concluir que los resultados han sido todo un éxito. Los niños explorados no tienen problemas de audición ni visuales. Lo que sí detecté fueron tapones de cerumen y CAE obstruidos por piedrecillas. Las carencias que tenían los doctores y enfermeras para la detección venían dadas por la falta de material de exploración. En este sentido, vuelvo a poner de manifiesto la ayuda de Aural con la donación de un otoscopio que sin duda ayudará al personal sanitario.
Os mentiría si no os dijese que ha habido momentos complicados con algunos niños con malaria, pero la lectura que hago es que con energía sales adelante. Como lo hicieron ellos. No obstante, me quedo con que han sido más las experiencias positivas.
Algunos de los mejores momentos vividos en Mfangano fueron el día que subimos con los niños a “The Rock”, una colina, y pude ver la puesta de sol más bonita de mi vida. Por no hablar de lo entusiasmadas que estaban las niñas el día que les di la ropa que mi ahijada de 6 años les quiso regalar. Aquel momento parecía el primer día de rebajas en unos grandes almacenes. O ver a mi novio enseñándoles a bailar muiñeira (baile típico gallego). O el día que proyectamos una película en el comedor donde Frank y Branton me agarraban la mano mientras Trinka, en mi regazo, me decía al oído que me quería e iba a echarme mucho de menos cuando volviera a España.
El vínculo que se crea con los niños no se puede expresar con palabras. Recientemente le contaba la experiencia a una paciente de Aural y ella me respondió “Se te nota en la mirada que has vivido algo increíble”.
Casi 2 meses después releo sus cartas, llevo sus pulseras, veo sus fotos y lo único que pienso es en lo que tantas veces me pidieron que hiciera, volver.
Por último, para mí lo importante de esta experiencia es la conclusión a la que he llegado. No me canso de decir que yo he ido a ayudarles pero que quien verdaderamente ha ganado con este voluntariado, como persona y profesional, he sido yo.